De
familia estadounidense hispanohablante, Aurelio Macedonio Espinosa era hijo de
Aurelio M. Espinosa, padre, catedrático en la universidad californiana de
Stanford, quien había conocido ya en 1909 a Menéndez Pidal en Chicago, donde el
estadounidense había defendido su tesis doctoral.
Este
estudioso reforzó sus relaciones científicas con Menéndez Pidal en 1920, cuando
viajó a España para intentar encontrar conexiones entre el folclore
novomexicano y el español, recogiendo una amplia colección de cuentos populares.
Un
par de años más tarde, durante el curso académico 1922-1923, el joven Aurelio
reside en Madrid con su madre y hermanas, en estrecho contacto con Menéndez
Pidal y con Navarro Tomás. Aurelio M. Espinosa, hijo, entonces estudiante de
Bachillerato, fue escolarizado en el Instituto-Escuela, vinculado a la JAE y,
contando apenas dieciséis años, sus primeras incursiones filológicas encuentran
acogida ni más ni menos que en la propia Revista
de Filología Española (“López de Gómara y las “Cartas” de Hernán Cortés”, Revista de Filología Española, X, 1923,
págs. 400-402).
La
conexión existente entre la familia Espinosa y Menéndez Pidal bastaría para
explicar que el joven Aurelio, al terminar en 1928 sus estudios universitarios
en Stanford, se trasladase a Madrid para realizar su tesis y así se percibe en
alguna carta de su padre (“Mucho le agradezco las amables frases con que recibe
la noticia de que mi hijo Aurelio irá a doctorarse con usted y que le ayudará
en todo lo que sea posible”, carta de Espinosa, padre, a Menéndez Pidal,
14/06/1927, AFRMP), pero tampoco es ajeno a esa estancia Navarro Tomás, quien
había acudido a Stanford en el verano de 1927, dentro de su amplia gira
americana, donde imparte dos cursos, uno de fonética y otro de poesía lírica, a
los que asiste Aurelio (hijo). No
tenemos certeza de cuál de los dos tuvo mayor responsabilidad en la
incorporación de Espinosa, pero sin duda ambos jugaron un destacado papel en la
decisión del joven norteamericano, quien pocos años después, al publicar su
tesis doctoral, defendida en mayo de 1932, expresa la deuda que había contraído
con el Centro de Estudios Históricos (en adelante CEH), y señala su profundo
agradecimiento “en particular a mis maestros, D. Ramón Menéndez Pidal y D.
Tomás Navarro Tomás, […] por las constantes facilidades y consejos que me han
dado”.
Pronto
se hacen eco las memorias de la JAE de la participación del joven
norteamericano desde 1930 en el proyecto del ALPI, al dar cuenta de que
finalmente han dado comienzo “los trabajos de preparación del Atlas Lingüístico
de la Península Ibérica” y de que Espinosa “colabora principalmente” en ellos
con Navarro (JAE, Memoria correspondiente
a los cursos 1928-9 y 1929-30, Madrid, JAE, 1930, pág. 167). El joven
Aurelio colabora también con don Tomás, realizando la traducción inglesa que
acompaña el texto de Tomás Navarro El
idioma español en el cine parlante (Madrid, Tipografía de Archivos, 1930).
Durante
los meses de marzo y abril de 1931, Espinosa encuesta en solitario casi todos
los puntos de la provincia de Cáceres, como indican las memorias de la JAE, pero
es preciso recordar que ya unos meses antes había recorrido algunos puntos de
Extremadura, recopilando materiales para su tesis; a esa excursión alude la
correspondiente memoria de la JAE (“El Señor Espinosa ha iniciado los trabajos
con una excursión por los pueblos de la provincia de Cáceres, con el fin de
comprobar exactamente fenómenos fonéticos dialectales”, JAE, Memoria correspondiente a los cursos 1928-9
y 1929-30, pág. 167). Por ello Navarro puede escribir a Amado Alonso: “Se
ha aficionado [Espinosa] a la lingüística y especialmente al trabajo del Atlas.
Terminamos los cuestionarios y se lanzó a viajar. Lo primero que ha recorrido
ha sido una parte de Cáceres, con excelente resultado” (carta de Navarro Tomás
a Amado Alonso, 15/11/1931, cit. Cortés Carreres y García Perales, pág. 76). Y,
en efecto, el primero de los viajes del ALPI arranca en el pueblo cacereño de
Aliseda (p. 366) a principios de marzo de 1931, y Espinosa visita también en
ese viaje Madroñera (p. 367), Ferreira de Alcántara (p. 365), Ceclavín (p.
364), Valverde de Fresno (p. 360), Pinofranqueado (p. 361) y concluye en Jarandilla
(p. 363).
En
realidad, en esta expedición primaveral y en la que había llevado a cabo el año
anterior (del 16 de septiembre al 14 de octubre de 1930), Espinosa recorrió no
solo los puntos seleccionados para el ALPI, sino más de un centenar de lugares que
resultaban de interés para la elaboración de su tesis doctoral: Arcaísmos dialectales. La conservación de la
s y la z en Cáceres y Salamanca, realizada bajo la dirección de Menéndez
Pidal y defendida finamente el 20 de mayo de 1932 ante un tribunal formado por
el propio Menéndez Pidal, Américo Castro, Ángel González Palencia, Agustín
Millares Carlo y Luis Morales Oliver.
Concluido
ese primer viaje individual, mes y medio después, entre el 26 y el 28 de mayo de
1931, Navarro Tomás y Espinosa encuestaron los pueblos de Madrid de Rascafría (p.
455) y Valdpiélagos (p. 456) y, ya en junio, Espinosa, nuevamente solo,
prosiguió su excursión encuestando en Valdelaguna (p. 457), Camarenilla (p. 465)
y Cadalso de los Vidrios (p. 454), para terminar con Las Navas del Marqués (p.
453).
Las
expediciones en solitario no se prolongaron, pues en diciembre de 1931 se
incorporó a las tareas del ALPI Lorenzo Rodríguez-Castellano, con la misma
consideración de “Colaborador” en el CEH de la que disfrutaba Espinosa. Ambos
visitarán en pareja entre finalees de 1931 y 1935, nada menos que 177 puntos, a
los que podemos añadir los 44 que Espinosa visitó formando ocasional pareja con
Aníbal Otero; todo ello convierte al norteamericano en el investigador del ALPI
que estudió un mayor número de lugares, un total de 240 (Lorenzo
Rodríguez-Castellano visitó 232; Aníbal Otero 182 y Manuel Sanchis Guarner 165).
En
esos años, además de esa labor como encuestador, Espinosa representa al CEH en
el IV Congreso de Lingüística Románica
celebrado en Burdeos en junio de 1934, donde da “cuenta de los trabajos
realizados hasta ahora en la preparación de nuestro Atlas Lingüístico”.
Espinosa
fue, por tanto, el principal responsable –dejando aparte, claro está, a
Menéndez Pidal y Navarro Tomás– de que a mediados de 1936 se hubiesen realizado
casi por completo las encuestas en territorio español, mientras comenzaban los
viajes en Portugal.
Cumplida
su labor como encuestador del ALPI, Espinosa reanudó el proyecto iniciado
quince años antes por su padre y pasó a recopilar cuentos de tradición oral en
Castilla: se encontraba encuestando en Peñaranda de Duero cuando se produjo la
sublevación militar y se apresuró a regresar a Estados Unidos. Trabajó
entonces como profesor de español en la Universidad de Harvard y se unió a las
fuerzas armadas durante la Segunda Guerra Mundial, alcanzando el rango de
teniente coronel. Entre sus tareas estaba la enseñanza de español, portugués y
ruso en una academia militar.
En
1945 fue elegido miembro correspondiente de la Real Academia Española. Al
acabar la contienda mundial, se incorporó en 1946 al claustro de profesores de la
Universidad de Stanford, el mismo año que se retira su padre, y allí permaneció
hasta su jubilación en 1972. Durante
esos años centró su labor en la enseñanza del español, tarea a la que dedicó un
buen número de publicaciones.
Con
todo, a finales de los años ochenta dio a conocer la recolección de cuentos que
había recogido poco antes de la Guerra Civil (Cuentos
populares de Castilla y León, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas,
1987-1988).
A la vista de la ingente labor de Espinosa en el ALPI
hasta 1936, puede sorprender a quien no conozca la intrahistoria del proyecto
que el primero de los colaboradores de Menéndez Pidal y Navarro Tomás quedase
al margen del proyecto cuando, tras la Guerra Civil, se cubrieron las encuestas
que habían quedado pendientes, y que tampoco formase parte del equipo redactor
que se ocupó de preparar la publicación de los mapas, integrado por Lorenzo
Rodríguez-Castellano, Manuel Sanchis Guarner y Aníbal Otero. Espinosa fue
conscientemente marginado de la empresa debido a las simpatías manifestadas por
su familia hacia los sublevados en julio de 1936, de suerte que su estrecha relación con los “alegres
compadres atlánticos” se desvaneció.